Ironía; Consejos para Artistas

Crear algo de la nada es un oficio complejo. Es una tarea que todos los humanos deseamos hacer en alguna etapa de nuestra vida. Tenemos imaginación; hasta donde sabemos somos el único ser vivo en el planeta que tiene esta capacidad.

Así nuestra capacidad de imaginar alimenta ese espíritu de crear. Sin embargo, iniciar es difícil, y llevar hasta el final el proyecto que nos proponemos, es más difícil aún. Crear es una maratón, no una carrera de 100 m.

Decimos que la brecha entre la idea que aparece en nuestra mente y el inicio es cuestión de dar un paso. Esa es la creencia —causa de nuestra imaginación— que nos gusta creer. La realidad: es un recorrido es largo y tortuoso. Más tortuoso y largo es el recorrido entre comenzar y terminar. Más largo todavía es el arrepentimiento. Esto, sin tomar en cuenta los obstáculos que la mente nos impone para desistir: miedo por no alcanzar la perfección.

Los artistas profesionales crean sistemas de trabajo para superar los obstáculos que nos pone la mente. Tienen rituales y hábitos que funcionan como distractores a los agentes gestores del miedo a exponer hasta no alcanzar la obra perfecta.

Los aspirantes a artistas o aquellos iniciados navegantes de los mares en el oficio del arte, devoran libros, artículos, y videos que describen estos sistemas. Los miran como salvavidas para alcanzar las mismas suertes de los creadores.

Porque nuestra mente cuenta con un programa dedicado a buscar el camino del mínimo esfuerzo. Los imitadores de estos sistemas, pronto descubren que, para que los sistemas funcionen, tienen que sufrir modificaciones para adaptarlas a la rutina y hábitos metidos hasta el tuétano de los primerizos. Los sistemas funcionan como guías. En otros casos como impulsos para dar el primer paso.

Las personas rígidas que carecen de carácter y filosofía propia –características que alimentan la imaginación del artista auténtico–, desisten. Se empeñan —enseñan— en seguir los pasos al pie de la letra con la esperanza de lograr el éxito. Pero seguir el recorrido de otros desgasta por muchas razones. Las dos principales: 1) Los motiva la vanidad para crear arte. 2) Copian en lugar de crear a través de una reflexión y exploración propias. Discernir cada paso del sistema lo convierte en una herramienta. 

Todo forma parte de un juego, el contrario –nuestra propia mente– intenta debilitar a nuestro espíritu. La mente decide copiar, no para aprender e iniciar, sino para evitar el enfrentamiento y fantasear con supuestas certezas. Quiere controlar sus miedos bajo la excusa de estar siempre planeando o decide confrontar a agentes externos que están fuera de su alcance. Pero el futuro, es incierto. La certeza solamente existe en el pasado inmediato, una milésima de segundo más atrás, es un recuerdo vuelto mítico para protegernos de las decepciones producidas por la predisposición a lo que aún no sucede.   

Tanto en los artistas iniciados como en los profesionales, el miedo es la peor de las cargas. Nunca se aparta de los hombros del científico, y en un descuido, lo aplasta. Vive alerta. El miedo es una realidad a la que hay que hacer frente.

Son varios los disfraces que se usan para esconder el miedo. Uno de ellos lo llamamos, reglas. Las reglas o procedimientos viven en constante evolución y transformación. Pero estas llegan de la mano de los artistas que las rompieron o, en algunos casos, inventaron con el fin de poder expresar sus ideas.

La claridad es más importante que seguir reglas. Porque las reglas son arbitrarias, funcionan en la mentalidad popular como conveniencias. Utilizadas para descifrar la perspectiva del científico.

Los que no tienen claridad se abruman al dar el primer paso en el oficio de la creación. Acuden a estas reglas, entendidas como sistemas, para obtener claridad. Una vez más, el artista rígido, celoso de los procedimientos puristas, es quien se rompe fácil y termina por crear la obra común.

Para crear, más allá de las reglas, hay que disfrutar la aventura de la vida. Muchos artistas, inseguros de su genio, deciden construir un currículum lleno de becas, cursos y talleres. Asisten a academias de prestigio y otros tantos espacios que los protegen de exponer y crear algo auténtico.

Los rellenos de perfílese profesionales —curricular— transforman la perspectiva única y novedosa en una amoldada a la convención de las reglas. Pierde su autenticidad bajo la protección de lugares que se autoadulan. Los débiles no solamente creen en estas mentiras, también sacrifican su sinceridad y ojos inocentes en favor del reconocimiento. Aunque la obra tenga técnica, carece de alma. El científico somete la libertad de su imaginación salvaje a las convenciones de quienes se han trepado en la escalera jerárquica del arte. Piensan que lo hacen para aprender. Esa es la justificación más pobre del cobarde.

Desean aprender las reglas para cuando ellos estén en la cúspide, cambiarlas. Falso. Cuando un cobarde sube la escalera por los escalones de la mediocridad, tiende a alimentar más al miedo que al valor.

¿Cuál es el consejo para artistas? Ninguno. Quien quiera dedicarse a la expresión artística, sepa, desde ya, que las reglas no existen; son arbitrarias.

En su lugar, sigan su instinto. Deben de mostrar su obra una y otra vez, aprender de sus fracasos, corregir según su inocencia y voz interna e intentarlo una y otra vez hasta crear sus propias reglas. Tienen que fallar, mucho. Tienen que ser rechazados, mucho. Lo peor que les puede suceder es tener éxito de inmediato.

No sigan reglas; las fórmulas secretas no existen. Está de más recordar: leer mucho, escuchar música, ver teatro, cine, pintura, arquitectura, la naturaleza. Sobre todo, vivir y exponerse. No estudien obras con un manual escrito por críticos, eruditos o expertos que les expliquen lo que ven. Analícenlo todo con una mirada limpia y explíquenselo con sus propias palabras. Diseccionen y analicen hasta que les duela la cabeza. Así se alimenta a la curiosidad, la herramienta del artista auténtico.

Desvístanse de ese miedo destructor, el de querer agradar a todos. Un artista humilde es un ser complaciente. A la larga se conforma y se vuelve mediocre.

La única ambición del artista es la de expresarse y darse a entender. La emoción de las obras no surge por un estereotipo. Al contrario, la obra tiene que confrontar al espectador con sus miedos, costumbres y tradiciones. El estereotipo sólo le confirma al público lo que éste sabía de antemano o adormece su capacidad de pensar. La ilusión del científico es liberar al espectador, no esclavizarlo a las reglas y convenciones que rigen a la sociedad.

Este artículo termina con consejos. No los sigan al pie de la letra. Adáptenlos a su contexto según su psicología. Solamente ustedes, los artistas, que se atreven a fallar y a exponer, sabrán cuál será su sistema y reglas. Para llegar a esto se necesita superar el miedo de iniciar y saber administrar el tiempo y la energía para terminar. Todo está en la forma en que atrapemos a ese demonio que vive dentro de cada uno de nosotros. Distinto para cada quien.


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