No Somos Nadie

El templo de Apolo, en Delfos, tenía una inscripción en la entrada que decía: “Conócete a ti mismo” atribuida a los Siete Sabios.

La idea de la frase era la introspección como clave para la sabiduría y el autoconocimiento.

Recordé esta inscripción en un café donde no hay quien te lleve tu bebida a la mesa. En cuanto está lista te llaman por nombre: Pague y atiéndase usted mismo.

La memorable frase llegó a partir de que apuntaron mal mi nombre en el vaso.

Cuando estaba listo mi pedido, el barista llamó por la inscripción en el vaso por un largo rato. Nunca reaccioné o sospeché que se tratara de mí. Incluso cuando el cafetero grito de qué bebida se trataba: “americano para fulano”, insistía. Entretenido escogía un lugar para sentarme. Por fin, el cajero, amablemente, señaló que ese era mi pedido. Sin más, lo tomé y me senté tranquilo.

Más allá de la confusión, imaginé ser la persona que tenía el nombre en la taza, ¿cómo sería? ¿Por qué habría ido al café ese día? Y otras preguntas que intentaban definir a una persona.

Encaminado en la filosofía, llegué a la intersección natural, ¿cómo sé que yo soy yo? Me definí rápido: Escritor. Eso me mete en un conjunto de muchas personas. Así que continué el rompecabezas hasta quedar satisfecho. Fue una tarea compleja que quedó incompleta.

Horas más tarde en casa, y como ejercicio, miré mis redes sociales. Vaya que he cambiado. Estoy seguro de que quien se inscribió en la mayoría de mis páginas personales y el de ahora que las revisa, son personas distintas. En esencia es la misma persona. Pero ahora parece tan extraño mucho de lo que decía y mostraba de mi vida hace diez o quince años.

En lo general, dedicaba mi tiempo a otras actividades que ahora parecen lejanas.

Aunque sé las razones de estos cambios, si mirara objetivamente el paso del tiempo y las transformaciones hechas, como un espía o Stalker de mí mismo, me definiría de una manera muy distinta a la que pienso ser actualmente. Para convencer a ese espía de que soy quien creo ser ahora, tendría que mentir.

Esto es porque es fácil engañarse a uno mismo. Sin ser consciente, creé a un personaje en las redes sociales. No obstante, al examinar todo en un instante, pienso que a mi personaje de redes sociales le falta profundidad y drama. De ahí el meme que nos pide no hacer gente pendeja famosa.

Pasadas unas horas descargando las idioteces de una mente aburrida, supuse dar con una conclusión. La mente, por otro lado, ya encarrilada, no para. Es como un tren desbocado alimentado con la imaginación.

Este nuevo universo, el del internet, es el nuevo creador de mitos. Al Homo sapiens le encantan los mitos. Montón de veces pienso que los famosos que construyen tendencias en dos patadas, son el mito que vive en el universo de las redes, en lugar de ser como cualquier vecino. Por más mentiras que me diga, al final del día, el perfil de mis redes sociales es el que sirve como carta de presentación. Qué tiempos aquellos en los que se aconsejaba: La primera impresión es la que cuenta. En la actualidad, más seguido de lo que cualquiera admitiría, ni siquiera llegamos a hacer esta impresión en persona; frente a frente. 

Porque nuestros perfiles parecen auténticos por la validez de los otros: según los amigos, comentarios, fotos y noticias. La tragedia es lo difícil que es conocerte a ti mismo. Lo sincero y auténtico se desmorona ante lo artificial de nuestros perfiles digitales. La verdad, la que sea (mito o realidad) en las redes digitales toma forma fuera de ellas.

Para este instante, me sentía como una de las estatuas invisibles de Salvatore Garau.

Por supuesto que la gente sabe que las personas cambian. Más mentiras. Siento un poco de pánico al sospechar que las personas ya no aceptan la idea de que alguien puede cambiar. ¿Ahora es más confiable la palabra de un impostor?, o ¿lo que dicen en las redes sociales sobre mí? Solamente necesitamos a alguien con un puñado de seguidores y de perfil “intachable” para validar a mi personaje.

Lo entiendo, vivimos temerosos a lo que otros piensan sobre nosotros; es mejor tener certezas que aventurarnos. Me parece absurdo que alguien a quien no conocemos es confiable por su nivel de popularidad. A eso reducimos la verdad.

Lo cual muestra que la verdad no existe, ni es absoluta, en algunos casos, es conveniente.

Por eso existen gurús y conocedores que, entre menos conozcamos su realidad, más creíble se vuelven sus juicios. La generalización es su mejor herramienta.

Aburrido de tanta deliberación y de dudar quién era yo realmente. Puse el asunto para otra ocasión. Creo que esto es lo que distinguirá al siglo XX, la facilidad con la que podemos crear una falsa identidad.

Esta simpleza o sencillez proviene de nuestra obsesión con lo más popular. Con bobadas como, las 10 mejores canciones, películas, libros… El GOAT en los deportes. No basta que algo nos guste —no vaya a ser que alguien me juzgue por ello—, todo lo etiquetamos: el mejor actor, el mejor artista. Igual que en los ochenta y noventa, todo era light o se le ponía la letra “i” a lo tecnológico para venderse como algo mejor.

En la realidad no queremos “lo mejor”, deseamos lo popular para estar contentos con nosotros mismos al consumir lo que la mayoría me deja hacer sin juzgarme; ya nadie es libre si desea existir o ser alguien. Para pertenecer a un conjunto tienes que asumir las certezas que ese conjunto construyó.

Sentarse unos cuantos minutos al día para saber quienes somos no es opción, ¿para qué? En caso de dudar sobre nuestros deseos, basta con preguntarle al internet. Lo único y lo autentico es demasiado inestable e incierto para ser aceptado dentro de un conjunto. A menos que se vuelva popular: aceptable. Un loop infinito.


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