Felicidad al 3X2

Cuando hablamos de felicidad, hablamos de una hecha a la medida sin que importen los deseos o necesidades de otras personas. Cuando se trata de ser felices, cada quien ve por su santo.

Los juzgados de superioridad moral de las redes sociales, consagran la idea de que todos alcanzamos la felicidad de la misma forma. Al menos nos quieren inducir esta idea. Porque la felicidad va entrelazada a asuntos de carácter moral. En otras palabras, puedes ser feliz todo lo que quieras, siempre y cuando ésta, se encuentre dentro de los límites de la ley.

Pero cuando hablamos de ley, se nos viene a la cabeza la constitución y otras leyes. Sin embargo, las leyes que ofrece el Estado se refieren a los límites de la libertad en lo general. Su fin es el de dar a la comunidad que representa la oportunidad de encontrar felicidad a través de la igualdad de derechos.

La felicidad y la moral, al ser conceptos abstractos, es natural —cuestión de supervivencia—, que las mentes, sin principios ni valores definidos, busquen en lugares a la mano y de fácil acceso una guía. Porque los principios y valores son parte fundamental para saber que es lo que a uno lo hace feliz.

¿Qué es ser feliz?

Difícil de definir y por supuesto, hacerlo, es generalizar. Hay muchos pensadores que escriben y han escrito al respecto y aquí no es el asunto de explorarlos para resumir sus ideas.

Lo que aquí intento exponer es porque nos cuesta trabajo saber qué es lo que nos hace felices. Principalmente, porque cada día nos cuesta más definirnos y valorarnos. Porque una parte esencial de ser feliz es ser reconocidos por otras personas como tal. No necesariamente hablo de una acción de vanidad.

Muchas veces, la raíz de nuestra infelicidad, se da a través de la comparación. Creemos que el otro es feliz porque somos incapaces de ver y reconocer nuestra propia felicidad. Esto es, valorar lo que tenemos.

También puedo asegurar que ningún objeto material sirve o es definitivo para nuestra felicidad. Menos si este se consigue a través del capital. El consumismo y la propaganda de esta filosofía nos hace creer en ello todos los días y a donde miremos está ahí sonriente, ofreciendo la clave para obtenerla. Incluso, promueve las comparaciones. Muchas personas nos creemos demasiado inteligentes como para no caer en este juego. Creemos que somos inmunes a la mercadotecnia que propagan los medios de comunicación. Esto es un acto de ignorancia. Inocentes, por no ser capaces de admitir que todos vivimos contaminados y corrompidos por este sistema. Escapar de éste va más allá de esconderse en el subsuelo desconectado de todo o lanzarse a vivir a otro planeta.

Es más sencillo asumir la responsabilidad, aceptar la realidad que nos rodea, y sacar el mejor provecho de lo que consumimos. Que nuestros consumos sean vistos como herramientas en lugar de elementos necesarios.

Un mundo infeliz

En un mundo que, en lugar de ofrecer libertad para encontrar la felicidad, facilita la creación de víctimas por la incertidumbre o que esclaviza con artículos que llenen el vacío producto de la infelicidad, cualquiera es infeliz.

La infelicidad produce un vacío moral, al menos nos hace dudar en el ejercicio moral. La sociedad insiste en devaluar este ejercicio limitando la discusión y la libre expresión. Entonces, se forma una laguna, lo suficientemente grande como para ahogar a esa mayoría dubitativa. Los ahogados atraen —cuáles Avengers del tercer mundo— al líder político con un pliego de soluciones simplistas.

Son simplistas porque el político tiene que consensuar para reconocer las ventajas que puede aprovechar del conflicto y si son convenientes, dar soluciones generales. El más abusado, ofrece soluciones ambiguas, apantalla pendejos. Al fin y al cabo, en nuestro ADN está el gen que fue conquistado con espejitos.

La insaciable felicidad.

Otra característica de una sociedad indefinida o, definida de manera superficial, es aquella que devalúa la palabra suficiente. Porque en esa sociedad, suficiente, se mira como característica del mediocre. Lo cierto es que una persona feliz, sabe cuánto es suficiente.

Porque pasar la vida en busca de respetabilidad y comodidades, te hacen perder lo primero y te esclaviza a lo segundo. Una persona feliz invierte en el ocio. Reconoce la vulgaridad de la cultura de lo breve. 

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Ser feliz no es complicado cuando tenemos una dirección. De esta forma podemos limpiar nuestro camino de hierba mala y sabremos que demandar a aquellos que vigilan nuestra libertad y derechos.

 

 


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