Las conversaciones son una forma de intercambiar perspectivas. La buena comunicación, respetuosa, clara y concisa, son características de un buen comunicador y se agradecen.
El lenguaje políticamente correcto o la censura de argumentos son tan ofensivos como un diálogo que solo hace señalamientos, críticas y destruye las ideas de otros sin contraponer una idea con buenos argumentos.
La manera civilizada y educada de discutir un tema y contraargumentar es mostrando un talento mayor que el del interlocutor para disolver un conflicto sin necesidad de insultos o descalificaciones.
Debemos aceptar que la lógica y la razón, a menudo, son conceptos inconmensurables. Es cuando el sentido común y la buena conversación enriquecen los argumentos de un asunto.
La tradición de las viejas familias —la costumbre del buen convivir—, que pide no tratar ciertos temas porque son delicados; pedirle a una persona que no discuta para mantener la buena convivencia; son una paradoja —lo real y lo aparente—. Una decisión de querer vivir en la mentira y no aceptar la realidad del otro.
Callar a alguien siempre es una acción totalitaria que somete la libertad de una persona para decir lo que desee. Es una acción agresiva. Es mejor aceptar que somos intolerables y no entrar en discusiones que consideramos como estúpidas a promover comportamientos incómodos, que lo único que logran es hacer avanzar a la ignorancia dos casillas.
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