Sin tiempo para escribir

Escribir es un acto contra intuitivo. Escribir es antinatural. Sentarse a escribir requiere de disciplina y esfuerzo; es una de esas demandantes tareas. Primero, tienes que vencer a la apatía. Porque escribir es tomar una idea y desmenuzarla en una hoja de papel de una forma entendible y clara.

Simplemente, pensar en una idea que está en tu cabeza —u ocurrencia—, y tener el deseo de escribirla ya es algo raro. Lo más natural es tener la idea, jugar con ella en la cabeza un rato —los necios unos días, quizá—, y desecharla; por regla, viven poco, mueren aplastadas por otras ideas. 

Las mentes más ansiosas están llenas de chifladuras. Muchas de estas se quedan ahí —como la visita que se niega a ir—; son tan molestas que es necesario escupirlas en una hoja de papel; o en una hoja digital para los que disfrutan los sonidos del teclado. Entonces aparece otro problema: ¿cuándo voy a encontrar el tiempo para escribir? Esta llama a otra. Una wrecking ball que destruye el muro de mentiras y engaños que nos motivan a escribir. ¿Por qué tengo que escribir? Si decides seguir, te dices más mentiras para superar la disyuntiva: escribir o no escribir.

Tienes un par de enunciados, te bloqueas. Frente a ti el acoso de un desierto blanco. La lucha te desgasta. Lo común, y esto es lo que hacen muchas personas, revisas las dos oraciones que llevas escritas. Deseas perfección, justo ahora, con tus dos solitarios trazos, no sabes qué hacer. Estás en un laberinto. La crítica y la opinión de los demás es una carga difícil de llevar. Lo peor es la que vive dentro de nuestra cabeza: el público de un auditorio que es devastador. El miedo se alimenta de la misma imaginación —energía— que utilizas para desmenuzar las ideas; para escribir.

Es el momento correcto de lamentarse por los buenos y los malos hábitos. Prometemos tener mejores sistemas de trabajo… la próxima vez; mañana a lo mejor. Más productividad, menos procrastinar. El tiempo se diluye —para frenar tu adicción—, en planes y herramientas; sabios que comparten sus sistemas de trabajo —más vídeos—. Queremos armas para cumplir con nuestras metas. Es una lucha a muerte contra los malos hábitos. No por ser malos en un plano moral. Si no malos, porque nos impiden avanzar —al diablo con los estoicos—. Los hábitos caminan tomados de la mano —en un romance tóxico— con nuestra motivación por escribir.

Para quien a estas alturas no tiene claro por qué carajos está escribiendo, decidir entre continuar y no hacerlo es un dilema complejo. Y, los dilemas complejos, tienen un patrón universal; mientras no lo descubramos, es caos. Por esto siempre triunfa la distracción fácil, banal, vulgar y simple. Explosión de dopamina que pavimenta el largo y doloroso camino de los pendientes; andas descalzo sobre vidrios afilados por “en progreso”. La dopamina fortalece las malas decisiones y debilita a las buenas decisiones. 

¿Para qué continuar la tortura de escribir cuando ahí frente, a unos cuantos clics, puedes tirarte por horas a ver tu serie favorita? Bellos videos en YouTube o TikTok, un fast forward del resto del día; pronto podré ir a la cama a dormir y volver a comenzar mañana; esta vez será distinto, tengo la app y con su ayuda termino en un tronido de dedos mis pendientes. Seguro podré continuar con esa novela que escribo desde hace tres años.

Escribir es un proceso, y no existe una línea de tiempo universal. Cada persona lo hace a su ritmo. Solamente esos artistas que prostituyen su arte pueden imprimir masivamente obras en serie. También aquellos privilegiados con becas o que tuvieron la suerte de nacer en una familia de recursos tienen tiempo para sentarse a escribir sin el acoso del rentero; todos los artistas son puros hasta que llega el aviso de la renta.

Escribir es un acto antinatural, contra intuitivo. Si llegas a hacerlo, atravesarás un bosque lleno de distracción y retos que viven dentro de ti. Todos están ahí a la espera de que decidas por sentarte a escribir. Cada uno de esos monstruos tiene su propia agenda. Tienen sexo y engendran en segundos a otros cada vez más fuertes. Se alimentan del vacío y crecen invencibles. Además, está la cuestión del tiempo. Eso es lo que se detiene mientras escribes. Pero es una ilusión, otra mentira. En la realidad avanza. Cuando levantas la mirada después de escribir un párrafo, descubres que llegó la noche, tus amigos y familiares siguieron con su vida; salieron de fiesta. 

En la soledad enfrentas tus miedos y fantasmas. Incluso te mientes más para salir avante.  Porque escribes algo que de seguro nadie leerá. Y quien sí, será condescendiente.

El tiempo es relativo porque lo concebimos según nuestro estado emocional. Cuando escribes, estás dentro de un huracán de emociones. Das saltos en el tiempo, haces pausas y lo suspendes a gusto. Sin embargo, no se detiene. Por eso, ¿quién querría escribir para plasmar sus ideas?

Escribir es un trabajo que implica usar a la razón y a la lógica. Es como se nos enseña para encontrar los tres pies del gato, o lo que es lo mismo, sentido en la vida. Morir es el sentido y el final de todo ser vivo, ¿y cuál sentido podría ser más que el de disfrutar de la vida? ¿Torturarse en una silla y escribir es, acaso, disfrutar? Quien lo hace es un masoquista.

Quizás se puede hacer de la escritura un gozo, si seguimos esas rutinas de famosos escritores. De guías y académicos que tanto promocionan. Hasta ahora, mi rutina es un caos. Tengo que escribir todo en mi cabeza; notas aquí y allá. En las noches junto mis apuntes y les doy orden —mi mentira favorita—; nunca hay orden, aunque para mí lo es. Ese es el peor enemigo de la escritura, el orden y la claridad. Si tienes estas gracias, estás por encima de varios colegas.

Si estas gracias no están como para tener un romance contigo, entonces te conformas con la tenacidad y persistencia del mal escritor. La verdadera motivación para seguir con las estrictas rutinas de los escritores que “ya la hicieron” es el de poder decir que uno no trabaja como godinez o burócrata, de ocho a ocho. Y, sin embargo, todas esas malditas rutinas de esos dementes tienen un horario peor que la de un oficinista. No obstante, sin rutina o disciplina, el acto de escribir se convierte en un acto sin sentido. Cuando la vida ofrece tantas otras cosas maravillosas en lugar de sentarse a hacer algo, para lo cual nunca hay tiempo y siempre se convierte en una afrenta interna. Para lo cual el ser humano no está hecho.


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