La cultura de estorbar.

Cualquiera de las filosofías que nos rigen, sea la del Logos o el Dao, competir está incrustado en nuestra naturaleza primaria. Ganar o morir, es el lema por el que vivimos.

El arte de la decisión

Las decisiones, cada que se presentan, es una oportunidad para conocernos. Son la propuesta a algo desconocido.

Nos es difícil decidir, porque nuestro enfoque, insiste en las partes negativas que un cambio produce. Queremos evadir la responsabilidad que se produce con el cambio. Decidir no es sencillo cuando no tenemos experiencia, tampoco, cuando nos cerramos a la gran escuela de los errores.

Somos seres que queremos satisfacción inmediata. La paciencia es una virtud que se desarrolla con la experiencia.

Los cambios, siempre son una experiencia nueva y, nosotros, queremos que las cosas se mantengan igual. No importa si la situación en la que nos encontramos sea buena o mala, incluso si existe la posibilidad de una mejora, queremos que todo continúe como hasta ahora. Eso es lo que conocemos; lo único que deseamos conocer.

Al final, tenemos que reconocer: una decisión es un salto de fe a lo desconocido. Es una aventura, es la posibilidad de un cambio. La situación en la que nos encontramos es una simulación que persiste en darnos identidad. Pero la identidad y la autenticidad en la realidad se obtienen durante el transcurso total de nuestras vidas. Y ésta solo sucede, cuando nos aventuramos y encontramos el valor en el cambio, cuando aprendemos de los tropiezos.

Creemos que la mejor decisión se toma con base en la cantidad de conocimientos y experiencia. Por eso, cuando no nos conocemos y pensamos en lo negativo, nos cuesta trabajo, comprender que la experiencia se logra a través de la constante toma de decisiones. Los resultados, la reflexión sobre estos y asumir la responsabilidad son los que alimentan nuestro conocimiento.

Cualquier resultado de una decisión, nunca es cien por ciento correcta, solamente es conveniente. Cada decisión está llena de probabilidades, que no son más que, un reflejo de lo que consideramos éxito o fracaso.

Lo positivo de una decisión siempre es mayor que lo negativo que arroja la imaginación. Es una oportunidad para conocer nuestros límites, en algunos casos, sirve para reinventarse, en otros es un aprendizaje. Pero el temor que le tenemos a la vida, a satisfacer nuestras fantasías sin reflexionar, a la aventura, nos condena a permanecer en el mismo lugar. Preferimos acrecentar la frustración de no cumplir con nuestros sueños, en lugar de encontrar la forma de alcanzarlos.

El miedo al cambio, al fracaso, al que dirán, es el conformismo de continuar donde estamos. Aplasta nuestra capacidad de observar las oportunidades que nos ofrece la vida.

Pero lo cierto es que, una decisión —sin importar el resultado—, siempre es un aprendizaje. Un salto a lo desconocido que siempre espera, paciente, al aventurero que lo descubra.

Leer: la inversión del futuro.

A pesar de que en Latinoamérica el analfabetismo se reduce a niveles mínimos año con año, en los últimos 20 años, la cantidad de libros leídos por persona está a la baja. Existen montones de publicaciones, en redes sociales, miles de aforismos para motivar a la lectura.

Leemos todo el día: internet, correos electrónicos, subtítulos de películas, periódicos, blogs, revistas, redes sociales, anuncios publicitarios… formas de lectura no nos faltan. El problema es la calidad de nuestra atención al leer, y la calidad de lo que leemos.

Los libros, por ejemplo, cuando los disfrutamos, aprendemos a través del diálogo con el autor. Generamos preguntas que afinan nuestro marco de referencia de la vida; observamos y cuestionamos profundamente. La solución práctica, ya no es suficiente, para una mente inquisidora.

Cada vez que leemos, entablamos un diálogo con el autor. No importa cuáles sean sus motivos para escribir; si leemos con mente abierta, podemos descubrirlos. No hay límites para la escritura, ya que la imaginación del lector es infinita. Las fronteras solo las imponemos nosotros mismos.

Leer, más que un ejercicio, es un goce. En promedio, treinta minutos al día de lectura, son 10 páginas. Convivir, y conversar, media hora al día con el Quijote, con los pasajeros del Pequod, con Catherine Earnshaw, con Isabel Moncada. Escuchar el diálogo interno de Hamlet, o cuestionar la sabiduría del avaro, son las grandes oportunidades que nos ofrecen las letras.

Bastan tres minutos para leer una noticia sobre política o, acerca de los grandes males que nos aquejan. Incomprensible, de porque la gente se apasiona tanto, sobre lo que otros dicen, en referencia a lo que en carne propia se vive. Si estás en la posibilidad de evitar estás opiniones, huecas y miserables, hazlo. Cambia ese punto de vista, triste y gris, por el propio que se forma al leer con profundidad y atención. Verás que luego de unas cuantas líneas, lo que te rodea, tomará un color distinto; mirarás todo más limpio.

¿Por qué preferimos las inútiles y rasposas palabras de opinólogos, sobre las dulces melodías del poeta? Si aramos nuestra imaginación con esas semillas rasposas, si discutimos esas palabras llenas de mercantilismo, nuestro espíritu florecerá como hierba mala, producto de ese principio. Un poema de Rilke o de Sor Juana, está lleno de más preguntas, y sabiduría que miles de noticias al día. El poema alimenta, construye, nos da las herramientas para integrarnos al universo.

La relojería de las letras, está obligada a hacernos reflexionar, y cuestionar. Por esto, el relojero tiene la obligación de ser auténtico; mostrarse tal como es al lector. La calidad de su engrané, determinará, no solamente, la calidez de su alma, sino la naturaleza de sus lectores.

Todo se reduce a una decisión: la cualidad de palabras con las que deseamos alimentar a nuestro espíritu.

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